domingo, 25 de junio de 2023

LA PRIMER RESEÑA, por Gabriela Stoppelman


Y el tren no para y la gente se muere, se muere mucho o desaparece del marco de la ventana, tanto se muere la gente que apenas queda el aire agitado por una mano ya ausente, "¡Chopin, Chopin!" corean las multitudes, es 17 de octubre de 1849 y Frédéric no puede más de tanto pelearle a la enfermedad con la música, un duelo donde gana la enfermedad, pero increíblemente persiste la música, porque el tren no para y, si para, es solo una ilusión, una fantasmagoría donde de súbito es
también 17 de octubre pero de 1981, en Villa del Parque, y es de no creer que aún se puedan comer chips de paté de foie acompañados con licor de naranja cuando en el marco de la ventana se agitan miles de siluetas, el tren no para aunque en los sótanos y en los almanaques las vidas se detengan, ¡Chopin, Chopin! chirrían los rieles y afuera todavía es Buenos Aires y el futuro se inclina a un descarrilamiento, y en el norte del país aún es Jujuy, donde el tren tampoco para, no hay límite para esta fantasmagoría, aunque la recordadora se plante al costado del escenario e insista en repetir la letra sobre la voz de los recuerdos, ¿Quién quedará para redimir los sueños no realizados y las revoluciones maltrechas si nada se detiene? Pasa un tren, otro tren nos lleva y la ruina ronronea en la voz de los vivos lo que aún queda por completar de los tiempos apresuradamente cortos de algunos muertos.

Pero, de pronto, una estación. La apariencia de algo detenido. Algo sólido como un busto de mármol o Chopin compactado en la materia dura de una escultura. O, mejor aun, Chopin que despereza sus contornos, se vuelve blando, líquido, música, ¡Chopin, Chopin!, mientras en el tren fantasma cada uno se aferra a un tono de ese infinito epitafio, desde donde siempre es posible renacernos. Porque no hay estaciones.
Hay solo un impredecible tren donde viaja el eterno texto de Roberto Cossa, a través de los cuerpos de lujosas actuaciones y delicada dirección. Por eso tenés que ir al Teatro La máscara, Piedras 736, para que nadie piense que es posible olvidar a Frédéric Chopin.
GABRIELA STOPPELMAN


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