El 17 de octubre de 1849 en París, la
capital de Francia, falleció Frédéric Chopin, un pianista y compositor
referente del romanticismo musical. Casi cien años más tarde en Villa del
Parque, provincia de Buenos Aires, una familia espera ansiosa cada aniversario
para conmemorar toda su obra.
Resulta difícil resumir lo que Ya nadie
recuerda a Frédéric Chopin intenta transmitir. No por la complejidad de la
obra, sino más bien por la multiplicidad de significados y apreciaciones que
pueden resultar de ella. Marcada por las huellas temporales, creencias
arraigadas y las mentiras que una persona hace y se dice constantemente logra
retratar gran parte de la esencia de la sociedad argentina.
El escenario presenta una sala de estar de
una casona de clase media típica de Villa del Parque, donde transcurre gran
parte de la historia, y una sección de la plaza del barrio sin trazar un límite
claro entre ambas. Logra una escenografía muy cuidada resaltando los detalles
de época y en donde es imposible distinguir dónde finaliza un espacio y donde
comienza el otro. Estos bordes difusos entre fantasía y realidad son
extrapolados por el guion exigiendo a las actuaciones una versatilidad y
flexibilidad física y emocional que el elenco fue capaz de realizar.
Particularmente resulta imposible no destacar el trabajo morfológico de Stella
Matute y Claudio Pazos a través de los saltos temporales.
Sin caer en lugares comunes logra una oda a
la nostalgia que genera calidez tanto por su familiaridad, como por los
pequeños detalles que hacen al todo. Las melodías del piano tocado en vivo, los
colores acogedores y la iluminación recreaban un recorte perfecto de un momento
del país.
Existe algo sustancial en el hecho de
mezclar fechas, en esa contraposición de lo popular de la fecha peronista y lo
elitista y aspiracional de conmemorar a Chopin en un barrio que poco lo
representa, que se enriquece por las ausencias y por los momentos de humor. Es
eso que surge al pensar a la Patria con categorías que no solo no le son
propias, sino que son extraídas de sociedades que le son ajenas.
En su segunda temporada, la obra dirigida
por Norberto Gonzalo invita a repensar el pasado, ser conscientes del presente
y tratar de vaticinar las acciones que pueden llegar a crear un futuro mejor.
Es por este motivo que al final de la función se propuso un debate. Rememorando
y evocando al movimiento de Teatro Abierto se propuso una conversación moderada
en esta ocasión por Fernando Borroni. Función a función irán variando los
moderadores invitados. El fin es poder hablar sobre cultura y poder observar el
presente con otras miradas. Una forma entretenida, movilizadora y profunda de
transitar los tiempos poco gratos que transcurren.
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