Por Laura Haimovichi para "el diario AR"
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Una muñeca opaca que se convierte en un ser
luminoso, bailarines que se asumen de madera aunque danzan contra viento y
marea y una mujer de 60 años que se mueve con gracia para alcanzar una antigua
utopía. Ni la materia de que estamos hechos, ni la condena a quedar inmóviles,
ni los mandatos por edad determinan el destino cuando el deseo es lo que guía.
Del corto animado Self, de Pixar, a una de las obras teatrales más emblemáticas
del gran dramaturgo Tito Cossa.
La
muñeca de Self, corto animado de Pixar.
Mujer, escucha, únete a la lucha…
Con hambre no hay libertad.
Mujer que se organiza no plancha más
camisas
Arroz con leche yo quiero abortar en condiciones
dignas en el hospital
Mientras resuenan aún las canciones
colectivas que vibraron ayer en cientos de parques y plazas del país, enciendo
Disney + y veo un corto animado en el que una muñeca de madera con ropa
tradicional etíope desembarca en un espacio abierto del centro de Los Ángeles.
Allí, unos seres dorados y brillantes emiten sonidos al tocar sus propios
cuerpos. La marioneta africana intenta encajar con ese conjunto homogéneo, pero
los seres dorados y brillantes no la miran, no la escuchan, no la huelen, no la
sienten.
La muñeca es diferente a los demás y se
siente defectuosa. Una noche, le ruega al cielo que la situación cambie y el
firmamento arroja brazos, piernas y un rostro nuevo para reemplazar las piezas viejas
de su cuerpo.
A partir de esa transformación, los seres
brillantes descubren a la marioneta como una igual y ella se ilusiona con
alcanzar la felicidad. Sin embargo, ha dejado de ser quien era y la embarga la
tristeza.
Mientras pisa sin querer su antigua cara de
madera y otros restos suyos, descubre que el costo de su nueva hermosura es la
pérdida de su identidad. Sus roturas y arrugas la ayudan a tomar conciencia del
valor de la biografía personal y de las huellas de la historia, de las que
carece todo cuerpo artificial.
La historia se llama Self y es el nuevo
cortometraje animado de Pixar. Fue dirigido por Searit Kashat Huluf, su
productor es Eric Rosales y es el primer experimento en animación híbrida entre
inteligencia artificial y stop-motion.
Justamente, hablando de seres de madera,
recordé una conversación que tuve hace un tiempo con la actriz, música y
bailarina Flor Piterman, quien abrió durante la pandemia un taller de clases
virtuales de danza y lo bautizó Soy de madera. Era setiembre del 2020 y un
montón de personas con diferentes corporalidades aspiraban a moverse, cuando la
inercia llevaba exactamente a lo contrario. Cuando se superó el contexto de
encierro, la mayoría de esos bailarines vocacionales continuó soltando sus movimientos en forma presencial.
“Querían bailar sin aspirar a ser profesionales, no les importaba ser
bailarines de excelencia sino disfrutar. Eran gente que nunca había estado en
un salón de baile, que desconocía la dinámica de los entrenamientos, qué ropa
usar, cómo dar un paso y así tuve que deconstruir conocimientos obvios para mí
y hacerlos más accesibles. Fue difícil encontrarme con personas que estaban en
otro mood, que no tenían una base de
saberes que yo daba por sentados, pero que amaban moverse. Así surgió soy de
madera”.
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Stella Matute es Susy en la obra de Cossa |
Quien baila a pesar de su cuerpo frágil y
ofrenda un momento de gran emoción y ternura es la enorme actriz Stella Matute,
apoderada de Susy, su personaje en Ya nadie recuerda a Frederic Chopin. Es un
momento cúlmine en la obra de Tito Cossa, escrita en 1982 y dirigida por
Norberto Gonzalo en el Teatro de la Máscara.
La pieza transcurre en dos ámbitos: en el
comedor de una antigua residencia familiar y en la plaza del barrio de Villa
del Parque.
Las fronteras espaciales y temporales son
imprecisas. La narración salta del presente al pasado y se evocan 40 años de la
vida y los sueños de los Galan, cuando las hijas eran adolescentes y anhelaban
ser la mejor concertista de piano, Zule, y la más gracil bailarina clásica,
Susy.
Estos personajes existen a través de los
recuerdos de la mayor de las herederas de la familia, la única sobreviviente.
A través de distintas evocaciones, cuarenta
años después aparecen el padre (un comprometido Leonardo Odierna), exiliado
español, intelectual y anarquista; la madre (versátil, Amancay Espíndola) cuyo
deseo preciado es homenajear la memoria de Chopin y erigirle un monumento en la
plaza barrial; la hermana Zule (una exquisita Brenda Fabregat), etérea y
romántica; Frank (excelente la metamorfosis de Claudio Pazos), el joven
seductor y revolucionario, y Palumbo (el señor actor Daniel Dibiase), el
guardián de la plaza.
A través de la saga de la familia Galán, Ya
nadie recuerda a Frederic Chopin es un homenaje conmovedor a todos los
soñadores que, contra viento y marea, siguen apostando a la utopía.
SÁBADOS 18 HS - TEATRO LA MÁSCARA - PIEDRAS 736 - 4307-0566
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